martes, 12 de junio de 2012

EL NIHILISMO ANTIHISTÓRICO DEL PODER POLÍTICO EN ESPAÑA

José Manuel Pérez Rivera, miembro del 15M ceutí

            Como historiador no dejo de sorprenderme por la ignorancia de la que hacen gala nuestros políticos sobre los conceptos básicos de la condición humana, sobre todo de aquellos relacionados con el espacio temporal. Desconocen, tal y como expuso Korzybski (1933), que el hombre es un animal vinculado al tiempo: un ser que vive en tres dimensiones del tiempo y del espacio. Sin esta profundidad temporal, -producto de la cultura humana.-, el presente sería tan insignificante que llegaría a ser inexistente. En la misma línea, Lewis Mumford, en “The conduct of life” proclamó que “el hombre vive en la historia, vive a través de la historia, y en cierto sentido, él vive para la historia, ya que gran parte de sus actividades se dirigen hacia la preparación de un futuro desconocido. Sin la fe animal en el pasado que él ayudó a hacer y en el futuro que está todavía haciendo, la vida humana se reduciría en todas sus dimensiones”.
            Pongamos algunos ejemplos del sentimiento antihistórico de nuestros gobernantes. Empecemos por lo expresado por el entonces candidato a la presidencia, el Sr. Rajoy, durante un mitin celebrado en la localidad madrileña del Leganés. En aquellos días, el hoy presidente del gobierno de España lanzó una crítica a los que “están en el pasado”, refiriéndose, sin citarlos expresamente, a los socialistas. Para el Sr. Rajoy, los del PSOE “miran al siglo XX y allí se han quedado”. Por el contrario, su partido, el PP, tiene su vista puesta en el “futuro” para “acabar con el desempleo y atender los problemas de la gente”. Y a continuación pronunció una frase antológica: “mirar al pasado y quedarse en la historia es el mejor procedimiento para no afrontar el futuro”. Curiosa frase, pero no novedosa en cuanto a su contenido. Ya en el siglo XVIII, según cuenta Mumford en “la condición del hombre”, los políticos reformistas utilizaban eslóganes parecidos: “el pasado no tiene nada que enseñarnos; la historia es sólo un registro de supersticiones, fraudes, miserias y mentiras”. Llevado a tiempos más tiempos recientes, Mumford se refiere al hecho de que a mediados del siglo pasado, en su país, EE.UU, “se vulgarizó el decir que sólo la historia contemporánea es importante, cuando la verdad es que toda historia es importante porque  es contemporánea y nada lo es más que esas parcelas ocultas del pasado que todavía sobreviven sin que nos demos cuenta de su diario impacto. Aquel que sólo conoce los acontecimientos de la última generación o el último siglo sabe menos de lo que está sucediendo o lo que está a punto de tener lugar”.
            Pensamos que merece la pena plasmar aquí el desarrollo que hace Mumford  de la idea anteriormente expuesta. Según este célebre pensador, -poco difundido en nuestro país-, a diferencia de lo que opina nuestro “ínclito” presidente del Gobierno, “la humanidad nunca ha llevado consigo lo suficiente de su pasado. De ahí una tendencia a estereotipar algunos pocos tristes momentos del pasado  en lugar de meditarlos y evaluarlos constantemente, de revivirlos in mente. Sólo por esta acción de recapturar deliberadamente el pasado se puede escapar a su influencia inconscientes…Alargando la perspectiva histórica se gana el poder de sacudirse las parcialidades y relatividades de la propia sociedad inmediata; de la misma manera, enfrentando la totalidad de la experiencia humana, se llegan a percibir los elementos que la moda o el hábito de la propia época peculiar pueden haber descuidado: elementos arcaicos, elementos prístinos, elementos irracionales, mutaciones descuidadas y reliquias ocultas, a menudo pasadas por alto por los sabios en su demasiada estrecha sabiduría”.
            Esto es lo que nos dejó dicho Mumford sobre el pasado, ¿Y sobre el futuro?. Pues que “el verdadero futuro es la continuación mecánica del pasado. De un momento a otro, la inercia del pasado puede ser alterada por nuevos factores que surgen de adentro y fuera de la personalidad humana. La creación y selección de nuevas potencialidades, la proyección de fines ideales son, con referencia al futuro, la contraparte de un comercio inteligente con el pasado. El descuido del ideal lleva sólo a la práctica escondida del dar al presente un significado ideal que no posee”. La reflexión del concepto de futuro, junto a lo que hemos visto sobre el pasado y el presente, llevaron a Mumford a dejar una frase también memorable, en el aspecto más positivo del término, que sirve de perfecto contrapunto a lo expresado por el Sr. Rajoy: “si no tenemos tiempo para comprender el pasado no tendremos la visión para dominar el futuro: porque el pasado no nos deja nunca y el futuro está a las puertas”.
            Desde esta perspectiva se entiende el nihilismo antihistórico que caracteriza al gobierno del PP. Han emprendido una absurda huida hacia adelante para evitar un pasado, incluso el más inmediato, que pone en entredicho su gestión política y contradice las promesas realizadas en su campaña electoral. Un pasado cercano de España, además, plagado de corrupción, especulación inmobiliaria, despilfarro e ineptitud. De ahí comentarios como los del vicesecretario general de Organización y Electoral del PP, Carlos Floriano, que ante el caso Bankia declaró que las responsabilidades que se demuestren en su momento deberán dirimirse pero que ahora "hay que mirar al futuro". O la no menos elocuente  declaración del Sr. Guindos en la rueda de prensa que ofreció el pasado sábado para anunciar el rescate al sector financiero español: “los problemas del sistema bancario no se generan en cinco meses, pero hay que mirar hacia adelante".
            El gobierno actual está instalado en un presente construido a base de mentiras y falsedades, a la vez que se ve asediado por un pasado que le persigue sin descanso. No entiende que, -como expuso el conocido matemático A.N.Whitehead-,  "todo pasado se incorpora a lo actual, ya sea en forma positiva o negativa, por más indirecta que pueda ser la relación, y todo futuro es necesariamente referible a lo actual"(Enjuto, 1969).  De modo que, tal y como manifestó Lewis Mumford, -en un pasaje de su libro autobiográfico “My Works a and Days. A Personal Chronicle”-, “el futuro no es un página en blanco, ni tampoco es un libro abierto. La noción actual de que uno sólo tiene que medir las tendencias existentes y proyectar, en una escala mayor, las fuerzas e instituciones que dominan nuestra sociedad actual a fin de obtener una imagen real del futuro se basa en otro tipo de ilusión, la ilusión estadística. Este método sobreestima aquellos elementos del presente que son observables, mensurables y de gran alcance, y pasa por alto muchos otros factores que son ocultos, desmedidos, irracionales”. Guiado por esta idea Mumford solía decir que él era pesimista en cuanto a las probabilidades, pero optimistas en cuanto a las posibilidades. De ahí que un papel fundamental de movimientos como el 15M sea repensar el pasado y criticar el presente para plantear nuevos caminos que recorrer a través del pensamiento y la acción decidida del hombre. El 15M forma parte de aquellos elementos que pueden frenar la inercia de la historia y dar un giro inesperado a la humanidad. Yo confío en ello.

jueves, 7 de junio de 2012

MÁS EUROPA, PERO ANTES MÁS PLAZA

José Manuel Pérez Rivera, miembro del 15M ceutí

Son muchas las voces entre la clase política española que proclaman, ante la crisis económica que nos acecha, que la solución es más Europa. El deseo que subyace tras estas palabras es acelerar la  delegación de competencias económicas e incluso políticas a los órganos de gobierno europeo. Según los apologetas de esta doctrina, la solución a la crisis del euro pasa por una mayor integración de las políticas fiscales, financieras y bancarias. Serían, por tanto, los tecnócratas de la Unión Europea quienes pasarían a controlar las finanzas y presupuestos de los países miembros del eurogrupo. Mientras que esta idea cobra cada día más fuerza entre los prebostes de la UE, los ciudadanos permanecen perplejos ante la incapacidad manifiesta de los llamados representantes del pueblo para reconducir la maltrecha situación económica del país. El mismo Ministro de Economía, el Sr. de Guindos, declaró hace unos días que “España ha hecho todo lo que estaba en su mano”, admitiendo con estas palabras que el futuro del país estaba en manos de otros.
            Si tomamos como punto de referencia la definición de democracia planteado por Takis Fotopoulos, para quien este sistema político “no significa otra cosa que el ejercicio directo del poder por parte de la ciudadanía”, llegaremos fácilmente a la conclusión que vivimos en una auténtica oligarquía que está experimentando  una rápida degeneración en una plutocracia de ámbito internacional y europeo. Lo hemos visto esta misma semana, cuando los miembros del G-7 mantuvieron un teleconferencia para debatir sobre la crisis bancaria en España. Son este reducido grupo de personas en torno a una mesa quienes tienen en sus manos los designios del mundo. Y estos sólo son los que dan la cara, pues es de sobra conocido que si ocupan estas sillas es gracias al dinero que han aportado los directivos de las grandes empresas, -los verdaderos amos del mundo-, para financiar sus respectivas campañas electorales.
            Lejos han quedado los sueños de un universalismo basado en la fraternidad humana que hicieron posible la creación de la ONU y otros organismos internacionales. Este propósito ha sido desplazado o anulado por los espurios intereses de las grandes corporaciones internacionales. Tanto es así que según denuncia la Alianza ¿Economía Verde¿ ¡Futuro Imposible! “existen ejemplos claros y muy preocupantes sobre cómo las principales empresas están influenciando las decisiones de la ONU, algo completamente escandaloso. Es necesario acabar con este predominio empresarial y con las alianzas entre la ONU y diferentes empresas, más aun cuando muchas de éstas están involucradas en violaciones a los derechos humanos”.
            Ha llegado el momento de regar aquella semilla del universalismo que fue plantada en el siglo XIX, pero que quedó enterrada por el peso de dos guerras mundiales. Los principios que harían viable este anhelo de unidad mundial fueron expuestos, entre otros por Lewis Mumford. En su obra “The conduct of life”, dejo dicho que la tarea de los próximos generaciones sería descubrir o inventar “una moral universal, como base del amistoso intercambio político; un lenguaje universal, enseñado como segunda lengua a todos los niños en todas las escuelas, para hacer posible la comunicación mundial; un gobierno mundial, con un capital mundial en todos los continentes, transmutando las luchas nacionales y los conflictos, que seguirán de alguna forma existiendo, en hábitos de ley y orden, de moderación y positiva cooperación; una ciudadanía mundial para todos los seres humanos en el planeta, con incremento de la energía y el tiempo dedicado a los viajes y las relaciones a escala mundial, y el intercambio de los trabajadores y los estudiantes. Para suplir un universalismo basado en la mera uniformidad mecánica y en una ruptura de las barreras físicas en tiempo y el espacio, debemos crear un universalismo basado en la riqueza espiritual y la variedad de los hombres: unidad en la diversidad que lograremos trabajando juntos para fines comunes. Al margen que pueda llegar, en la plenitud de los tiempos, una religión verdaderamente universal”.
            La apuesta de Mumford por el establecimiento de una cultura y gobierno mundial dista mucho de la globalización imperante en nuestro tiempo. Para este preclaro pensador se tienen que dar una serie de condiciones previas: la primera consiste en una transformación del propio ser humano que pasa por “el retiro, el desapego, la simplificación, la reflexión y la liberación del automatismo”. Una vez que hayamos acometido este proceso de automejora es cuando, según Mumford,  tenemos que retornar al grupo y unirnos con los que han sido sometidos a una regeneración como ésta y son por ello capaces de asumir la responsabilidad y tomar la acción. Precisamente, esta superación de las barreras del espacio, el tiempo y la cultura se están dando de manera espontánea por todos los rincones del planeta. En unos lugares se llama primavera árabe, en otros 15M, Occupy Wall Street o el más reciente movimiento  #YoSoy132 de México.
            La otra condición que considera Lewis Mumford imprescindible para la construcción de una cultura mundial es la restauración de la escala humana. Para Mumford, “la misma extensión del rango de la comunidad en nuestro tiempo, a través de organizaciones nacionales y mundiales, sólo aumenta la necesidad de construir, como nunca antes, las íntimas celdas, el tejido básico, de la vida social: la familia y el hogar, el vecindario y la ciudad, el grupo de trabajo y la fábrica. Nuestra civilización actual carece de la capacidad de autodirección, ya que se ha comprometido a las organizaciones de masas y ha construido sus estructuras desde arriba hacia abajo,- principio de todas las dictaduras y absolutismos-, en vez de desde abajo hacia arriba: es eficiente dando órdenes e imponiendo la obediencia y prestando la comunicación unidireccional; pero en lo principal sigue siendo inepta en todo lo que implica reciprocidad, ayuda mutua, la comunicación bidireccional, el dar y tomar”.
Amplia Mumford esta idea diciendo que “no importa cuanto mundial e inclusiva sea el ámbito de cualquier asociación o institución. Ya se trate de un sindicato o una iglesia o un banco, tiene que ser, en el núcleo central, una forma orgánica de asociación: un grupo lo suficientemente pequeño para la intimidad y para la evaluación personal, tanto que sus miembros puedan reunirse con frecuencia como un cuerpo y conocer a los otros bien, no como unidades, sino como personas”. Unos grupos que deben ser lo suficientemente pequeño como para la rotación en los oficios y funciones; y para mantener reuniones directas, en las que la discusión y el debate discurran sobre la base de la comprensión íntima. Para Mumford, “todas las comunidades orgánicas de mayor tamaño, idealmente, estarían formadas por la federación de unidades más pequeñas: cualquier otro método no es más que una solución provisional y mecánica, destructiva de todo propósito de asociación”.
            La idea fundamental que sobrevuela la densa obra de Lewis Mumford es la necesidad del equilibrio en todos los órdenes de la vida, la cultura y la sociedad humana. Aparejado a este concepto aflora la percepción de que toda asociación tiene un límite natural de crecimiento. Basándose en los estudios sociológicos de Le Play, Charles Horton Cooley o Clarence Perry, Mumford insistió en que la limitación del tamaño es un atributo esencial de todo grupo orgánico: “la verdadera alternativa a las grandes y rígidas organizaciones es limitar el número de personas en el grupo local, y multiplicar y federar a estos grupos”.
            Si se da este retorno a la escala humana y se recuperan las relaciones personales, -disueltas y enfrentadas por el sistema capitalista-, tal y como fomentan los movimientos sociales a los que estamos asistiendo en los últimos años, podremos avanzar hacia la construcción de un gobierno y una cultura mundial que destierre la atomización, la uniformidad mecánica, el individualismo y el conformismo que impera en la sociedad actual. No hacerlo así nos condena a continuar por una senda marcada por el distanciamiento entre la ciudadanía y los órganos de poder. Un escenario donde el poder cada día más centralizado impondrá al conjunto de la sociedad la voluntad de una exigua minoría de tecnócratas, ávidos empresarios y políticos corruptos. El principal objetivo, por tanto, de movimientos como el 15M tendría que ser combatir el exceso de centralización, al mismo tiempo que construye la base un nuevo orden mundial desde la promoción de la autoeducación y la autonomía personal. Llegará el tiempo de más Europa, pero ahora toca más plaza.